El cariño como expresión del amor de Dios entre Padres e Hijos

Bienvenidos a esta sección de formación, en esta ocasión reflexionaremos sobre la expresión del cariño, como pilar fundamental del Sistema Preventivo de Don Bosco, que nos puede ayudar en la relación crianza de nuestros hijos. 

En la Carta de Roma de 1810, Don Bosco nos dejó un legado que sigue vigente para la educación de los niños y jóvenes de hoy día: “No basta con amar a los jóvenes, es necesario que se sientan amados”. Con esta sencilla y profunda frase, Don Bosco nos marca la ruta para acercarnos a los jóvenes, con cariño, con un afecto cercano y real, personalizado, pero no exclusivo, sino un amor educativo y exigente que saca lo mejor de cada uno de ellos. 

El afecto y cercanía con que Don Bosco fue al encuentro de sus jóvenes, lo aprendió de su madre, en su hogar, en una humilde y sencilla casa, cargada de amor, de diálogos y de historias familiares. “Me preguntan cómo educo a los muchachos. Yo los oriento como mi madre nos formaba a nosotros en familia. No sé nada más” (Boletin Salesiano CAM feb 2013).

La experiencia de afecto de Don Bosco, formó en él a un sacerdote cariñoso, preocupado por la salvación entera de los jóvenes, con una intuición y sensibilidad especial por los más pobres, comprometido con las necesidades más básicas de sus “amados hijos”.

A imitación de Don Bosco, como padres de familia, acerquémonos a nuestros hijos con un cariño sincero y expresado, caracterizado por el respeto mutuo, el diálogo y la empatía. Y ese mismo cariño se revertirá a nosotros desde su expresión juvenil. 

Lectura reflexiva 

UN HUÉRFANO DEL CÓLERA: Encuentro de Don Bosco con Pedro Enria 

Narracción: Encuentro de Don Bosco con Pedro Enria

Turín, 1854: es el año del ferrocarril. Se inaugura la línea Turín – Génova y se trazan los empalmes de la futura capital piamontesa con Cuneo, Vercelli, Ivrea, Pinerolo y Saluzzo. Turín crece también en número de habitantes. El aflujo de muchos lombardos, napolitanos, toscanos y genoveses hace aumentar numéricamente la población a más de ciento treinta mil personas. La ciudad se hace más moderna y viva. Se habla cada vez más el italiano y cada día menos el dialecto. 

La epidemia de cólera 

Pero no hay sólo aumento; llega también el revés de la moneda: la gente, que busca trabajo, se ve obligada a dejar el campo para irse a la ciudad, donde falta la vivienda, y la miseria se extiende por los bajos salarios. Precisamente en el verano de 1854 estalla una epidemia de cólera. Al final de julio se dan los primeros casos en Turín. Vómitos, diarreas, deshidratación, sed intensa, fuertes calambres musculares: son los trastornos de las personas infectadas. Y se salva sólo el 50 por ciento de los contagiados. Turín lo sufre especialmente en la zona del Borgo Dora, la más sucia y contaminada, que linda con el barrio de Valdocco. Quinientos muertos en un solo mes. 

Al oeste de Valdocco se montan dos «hospitales». Pero son pocos los valientes que se ofrecen para atender a los enfermos. El calor es tórrido; el cansancio, mucho; el olor, nauseabundo; y los riesgos, continuos.
Al lado de algunos sacerdotes que se disponen a cuidar de los enfermos está también Don Bosco. Pide a sus jóvenes que le ayuden. «Catorce acudieron enseguida […] y pocos días después otros 30 siguieron su ejemplo» (Memorias Biográficas [MBe] 5,74). 

Pasados algunos meses, en otoño, el cólera termina su cosecha de vidas humanas. Se contarán 320.000 en Italia y 1.248 en Turín.
Acabada la tragedia de la epidemia, la ciudad vive una nueva realidad dolorosa: los huérfanos. Movido por la fe, por la compasión y el amor a los jóvenes, Don Bosco se hace cargo de 20 de ellos y los lleva a su Oratorio. «¿Quieres venir conmigo?» 

«Conocí a Don Bosco en septiembre de 1854 en el convento de los dominicos, donde se reunía a los niños que habían quedado huérfanos por el cólera que asolaba la ciudad — escribe Pedro Enria—. Un día fue Don Bosco a visitarnos (éramos un centenar) acompañado por el director del orfanato. Yo no lo había visto nunca; tenía un aire sonriente y lleno de bondad que se hacía amar de hablar. Sonrió a todos, y después fue preguntando nombre y apellido, si sabían el Catecismo y si habían hecho la primera Comunión y si se habían confesado. Pasó por fin junto a mí y sentí que el corazón me latía con fuerza, no por temor, sino por el afecto que sentí hacia él […] Me preguntó el nombre y el apellido […] y después me dijo: 

– ¿Quieres venir conmigo? Seremos siempre buenos amigos hasta que podemos ir al Paraíso. ¿Estás contento? Y yo respondí:
-Oh, sí, señor.
Después añadió: – ¿Y este que está contigo es tu hermano? -Sí, señor -respondí.
-Bueno, también vendrá él.» 

Algo especial debía de tener Don Bosco si aquel muchachito de nombre Pedro Enria sostiene que «… se hacía querer aun antes de hablar». Algo especial en su mirada, en su sonrisa, en los ojos, en su modo de actuar. Y además «… el aire sonriente y lleno de bondad», aquella serenidad en su actitud, sostenida por la fe y la paz interior, por la certeza de que el Señor estaba con él, transmitía a los muchachos mucha seguridad. El interés de Don Bosco lo tiene por cada uno de aquellos huérfanos. A cada uno le pregunta su nombre y apellido. Es un afecto personalizado, no genérico. Y va enseguida al grano: de cada muchacho se informa sobre el estado de su salud espiritual. Si va a la catequesis, a la Comunión, al sacramento de la Reconciliación. Y después, la invitación: «¿Quieres venir conmigo?». Don Bosco no promete dinero, éxito o notoriedad. Asegura su amistad y la salvación del alma. 

Sentirse amados 

«Pocos días después de aquel encuentro, nos llevaron a los dos al Oratorio —sigue el relato de Pedro Enria—. Yo tenía 13 años y mi hermano 11. Mi madre había muerto de cólera y mi padre estaba muy grave con la misma enfermedad. En aquella ocasión Don Bosco recibió en el Oratorio a unos cincuenta pobres huérfanos. Desde aquel momento yo ya me quedé en el Oratorio de Don Bosco, donde él y su madre me acogieron con amor.» 

En los testimonios de los muchachos de Don Bosco se lee con frecuencia la palabra «amor», referida al modo con que aquel sacerdote les acogía, dialogaba con ellos y se interesaba por su crecimiento físico y espiritual. Pero su amor es exigente. «Al entrar en el Oratorio fuimos bien acogidos por Don Bosco y su amorosa madre. Don Bosco me dijo: “Acuérdate Enria, de que siempre seremos amigos, pero para serlo hace falta que seas siempre bueno y virtuoso” […]. Don Bosco era para todos, un verdadero padre. Junto a él éramos felices […]. A veces, hablando confidencialmente, nos contaba sueños que tenía de noche.» 

Desde que entran, Don Bosco acoge a los muchachos de modo que se sienten hijos de aquel único padre, es decir, se sienten «amados». A ellos se confía, como hace un padre con sus hijos.
Y como un verdadero padre, no ahorra entrega: «Don Bosco trabajaba para nosotros —sigue recordando Enria—. Por la mañana era siempre el primero en estar en la iglesia. En 1854 el invierno fue rigidísimo. La iglesia estaba tan fría que, a veces, mientras decía Misa […] tenía las manos tan heladas que no podía sostener con ellas el cáliz. Y, sin embargo, Don Bosco nunca se quejó, estaba siempre alegre y contento, pensaba más en nosotros que en sí mismo; cuántas fatigas debía soportar por nosotros y cuántas humillaciones porque la mayor parte de las veces cuando tocaba la campanilla de las casas de los ricos para pedir una ayuda para sus jóvenes, le despedían con palabras humillantes e injuriosas […]. Don Bosco siguió aceptando más jóvenes en el Oratorio. Recuerdo que su madre a veces le gritaba: “Tú acoges a demasiados jóvenes. ¿Dónde los pones a dormir si no hay sitio? No tenemos camas para que duerman, están sin mantas. ¿Y cómo les damos de comer si no tenemos nada?”. Mi hermano y yo dormimos en el suelo sobre unas cuantas hojas de esas y una sola manta para los dos y nada más. Y, sin embargo, estábamos contentos como si durmiésemos en el más blando de los lechos». Sentirse queridos ayuda a superar cualquier dificultad. 

31 de enero de 1888: Don Bosco muere al amanecer. Junto a su lecho hay un salesiano de 47 años, Pedro Enria. 

Reflexión – El cariño 

«Desde aquel momento yo ya me quedé en el Oratorio de Don Bosco, donde él y su madre me acogieron con amor.» En todo el relato del encuentro entre Pedro Enria y Don Bosco aparece, en las palabras de sus protagonistas y en su comportamiento, una actitud de afecto. En el método educativo ideado y puesto en práctica por Don Bosco, que también es aplicable en la relación Padres e Hijos, el cariño a los niños y a los jóvenes es amor mostrado, afecto manifestado con hechos, claramente perceptible. El cariño es un abanico de capacidades, relaciones, actitudes y comportamientos entre personas; amabilidad hecha de gestos, miradas, signos, sonrisas, palabras, ayudas, sentimientos y disponibilidad que crean entre el educador y el muchacho simpatía, afecto y comprensión, y que demuestran interés por la vida del otro. El que busca educar, con las palabras y, sobre todo, con los hechos, debe tratar de hacer entender al muchacho que las atenciones hacia él se orientan sólo en su ventaja espiritual y material. 

El amor es fundamental en la relación educativa que Don Bosco quiso crear con los muchachos. Pero no basta. Los muchachos no deben sólo ser amados, sino que deben entender, percibir, darse cuenta de que lo son. Y esta evidencia aporta un beneficio a los jóvenes sobre todo si se sienten amados en las cosas que les interesan, en sus inclinaciones, en lo que les entusiasma. 

Al sentirse amados, los jóvenes se interesan y se muestran disponibles para compartir y vivir lo que quien les educa les propone (estudios, disciplina, deberes, vida moral, etc.) 

Para iluminar desde la fe 

I Corintios, 1.3.4.7.13
1.Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. 3.Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. 4.El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, 7.El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 13.En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.»